Ahí está también el asiento de su creepytud escasamente infantil. Su diseño está apenas unos pasos más allá de lo icónico, y estimo que ninguno de sus libros llega al millar de palabras. Hay que reconocer que Wally, heredero del flâneur decimonónico, es un motivo poderoso, en especial si se tiene en cuenta la poca cantidad de materias primas necesarias para construirlo. A Handford, como le ha pasado a otra gente, lo incidental lo convirtió en millonario. Wally apareció como una idea incidental, un elemento para darle cohesión a escenas inconexas, y también para darle una tarea concreta al lector / observador. Parece que estas fueron siempre la especialidad de Handford. Y fue por el talento de su autor no para esconder cosas, sino para dibujar grandes escenas multitudinarias. Pero estos libros me gustaron mucho, a pesar de Wally. En resumen, no quería encontrar a Wally, y si me cruzaba con él era por accidente. Para colmo, Wally venía de una tierra colmada de réplicas de sí mismo, quizás la confluencia de varios universos paralelos todo un statement sobre la poca importancia de la experiencia individual. Su lenguaje se aproximaba al absurdo, un estilo que no sé por qué se considera que apela a los niños, pero que a mí nunca me gustó. Siempre con una sonrisa antinatural, mirando fijamente a la cuarta pared, siempre con la misma vestimenta y una tendencia insalubre a mezclarse con grandes grupos de personas. Primero, porque cuando era chico el personaje me creepeaba un poco. Nunca me convenció mucho esa propuesta de buscar a Wally.
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